La vía láctea (un camino lleno de errores) o Mi experiencia con la lactancia

A propósito de la Semana Mundial de Lactancia Materna.  Porque la información es poder y como mamás, creo que es útil compartir experiencias.

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Gabriel y yo, algunas horas después del parto.

He leído mucho sobre cómo se censura la lactancia o cómo se escandalizan algunas personas cuando ven a mujeres amamantando en público. Mi problema con la lactancia no ha sido éste. No me han lanzado una mirada morbosa o molesta mientras alimento a mis hijos (y si lo han hecho, no lo percibí). Mi problema fue con el hospital donde parí por primera vez, con la falta de apoyo en el trabajo y, sobre todo, con mi propia falta de información.

Durante mi primer embarazo, no leí sobre el parto ni la lactancia. Lo consideré innecesario y confié en los doctores; terminé arrepentida. Ahora me queda claro que la información es crucial durante estas etapas. El pediatra que recibió a Valentina nos dijo que apoyaba al cien por ciento la lactancia materna, pero la experiencia demostró lo contrario.

Al nacer Valentina, el pediatra la puso en mis brazos un minuto, me dijo que le diera un beso y después se la llevó al cunero. Como me habían puesto una epidural, fui llevada a la sala de recuperación, donde estuve sola durante una hora. (La hora más larga de mi vida. Si me preguntan cuál fue el peor momento del parto y el posparto, sin dudarlo les diré que fue ese.) Después de esto, me bajaron a la habitación y pasó otro rato antes de que trajeran a mi bebé e intentara pegarla a mi pecho, sin éxito. Al segundo día, finalmente lo logré. Y claro que fue difícil: le dieron fórmula en el cunero, sin preguntarme; la bebé llegaba a mis brazos con el estómago lleno y sin interés por el calostro que le ofrecía mi cuerpo. Pero yo ni siquiera me enojé. Pensé que era normal, que necesitaba la fórmula porque mi cuerpo sólo daba calostro y éste era muy poco para el bebé (?!). Se quedaría con hambre o sed sin la fórmula, ¿no?

Nunca logré producir suficiente leche con Vale (ahora pienso que todo fue un error de origen – si no le hubieran dado fórmula al principio, nos habríamos sincronizado mejor), así que tuvimos que complementar. Regresé al trabajo a los 45 días y en la oficina no había un lugar apropiado para extraerme leche. Esta mezcla de factores hizo que mi leche fuera menos cada día, hasta que a los tres meses, sencillamente se terminó. Afortunadamente, Vale creció bien, sana y fuerte, pero a mí se me hizo un huequito en el estómago y en el corazón cuando me quedé sin leche tan pronto.

Con Gabriel fue otra historia. Estaba sumamente arrepentida de mi ignorancia y de mis errores de novata. Tomé un curso psicoprofiláctico (donde era la única con un embarazo previo), fui a una plática con una asesora en lactancia, devoré libros y artículos sobre embarazo, parto y lactancia. Encontré una ginecóloga increíble, pro parto natural y lactancia, en un hospital que apoya el apego inmediato y el colecho.

El parto fue natural, intenso y maravilloso, y pocos minutos después de nacer, Gabriel ya succionaba mi pecho. Y lo más bonito: dormimos juntos y sólo lo llevaron al cunero para hacerle un par de estudios al siguiente día. Tomó calostro los primeros días y no, no tuvo hambre ni sed (¿cómo se me ocurrió dudar del alimento que diseñó la naturaleza para las crías?), pero sí recibió un montón de anticuerpos. A los tres días, empezó a bajar la leche y no hemos tenido problemas de escasez, a pesar de que Gabriel es un bebesaurio (tiene tres meses y usa ropa de seis) y un tragón. Además, esta vez no trabajo en una oficina, lo cual permite alimentarlo a libre demanda, sin preocuparme por buscar un lugar y un momento apropiado para extraerme leche. Cuando Gabriel quiere comer, me levanto la blusa y ya está.

Las primeras semanas fueron duras, no voy a mentir. Estaba adolorida y cansada, y hubo momentos en los que lloré mucho y no sabía si podría continuar. Pero pasaron. Y ahora veo que mi chamaco crece sano y fuerte, que no tengo que lavar mamilas (¡yei! mi esposo también lo agradece) y que tenemos un apego que me costó mucho más trabajo establecer con mi primogénita. Ahora entiendo por qué tantas mujeres hablan maravillas sobre la lactancia; sí, sí puede ser una experiencia mágica e inigualable. Saber que mi cuerpo alimenta a otro ser no deja de llenarme de asombro y todos los días agradezco esta segunda oportunidad. Ya no tengo arrepentimientos.